Hay un maldito agujero en el mantel
por donde se van las ganas de todo.
La carne es débil, la cerveza fría, el sol inminente.
La dueña te mira muy fijo y sus ojos dicen
"Ya cerramos".
Sabe que no te estás moviendo porque no podés.
No es sólo querer.
Lo sabe, porque te ha estado envenenando toda la noche.
Una noche larga que ha sido pura espera
y el deseo se escurre como arena entre los dedos.
Los deseos no se matan con alcohol.
Se los anestesia un poco, se los marea
y se los entierra vivos en algún lugar del jardín de tu casa
donde luego crecen las mejores rosas del barrio.
En eso estás cuando la mujer se para a tu lado
con la mano estirada.
Pagás de más y salís.
Y la gente que va para el trabajo
te mira con esos ojos despreciables
en la horca de sus corbatas
en el gris mundo de su pequeña mente.
Tal vez debería escribir esto, pensás.
Y apurás el paso.
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