domingo, 18 de abril de 2010

sábado, 17 de abril de 2010

Siete menos cuarto





Hay un maldito agujero en el mantel

por donde se van las ganas de todo.

La carne es débil, la cerveza fría, el sol inminente.

La dueña te mira muy fijo y sus ojos dicen

"Ya cerramos".

Sabe que no te estás moviendo porque no podés.

No es sólo querer.

Lo sabe, porque te ha estado envenenando toda la noche.

Una noche larga que ha sido pura espera

y el deseo se escurre como arena entre los dedos.

Los deseos no se matan con alcohol.

Se los anestesia un poco, se los marea

y se los entierra vivos en algún lugar del jardín de tu casa

donde luego crecen las mejores rosas del barrio.

En eso estás cuando la mujer se para a tu lado

con la mano estirada.

Pagás de más y salís.

Y la gente que va para el trabajo

te mira con esos ojos despreciables

en la horca de sus corbatas

en el gris mundo de su pequeña mente.

Tal vez debería escribir esto, pensás.

Y apurás el paso.



Final en una habitación de ocho dólares de Avenida Vermont


Tu amor es una calle incierta,
un laberinto.
Un imposible.

Es la sal en mi herida,
mi espejo.
Un puente hacia mí.

Si pudiera callar,
encerrarlo,
ponerle una mordaza de besos.

Tu amor mareo.
Arena.
Caricias, secretos.

Tu amor de tardes rotas,
de relojes malditos
de inútiles adioses.

Si pudiera beberlo.
Hacerlo de mi sangre.
Guardarlo para siempre.

Tu amor, pospuesto,
clausurado.
Amor de comodines.

Tu amor vida o muerte.
Tu amor irreversible.
Tu amor eterno.

Si pudiera reír en lugar de llorar.
Si pudiera cantar cuando debo olvidar.
Si pudiera quedarme cuando debo partir.