martes, 18 de mayo de 2010

DOMESTICANDO A MI MEMORIA

Mi memoria, esa pequeña jaula en cuya puerta un vigía dorado muestra los dientes. Ese lugar que se empeña en guardar todo tal cual fue, y se bate a duelo permanente contra idealizaciones, negaciones, incompletudes y otras deformaciones. A menudo suelo increpar a mi memoria. Por qué no puedo recordar aquella noche con todos sus detalles. Cómo llegué a aquel lugar. Qué sentí la primera vez que lo vi. O cómo recupero en su totalidad el recuerdo de la última vez que nos vimos sin saber que sería la última. Por qué se empeña en devolverme olores nauseabundos que quisiera perder, por qué me devuelve a veces un instante de tenebrosas lágrimas o aquel momento en que quise que, literalmente, la tierra me tragase. Recuerdo todos los nombres, apellidos y rostros de mis compañeros de primaria y secundaria de dos colegios distintos, la agenda semanal de toda mi familia, el turno del médico en dos meses. Jamás donde dejé las llaves. A qué viene recordar que un 15 de agosto perdí la virginidad, el número de teléfono de alguien que terminé odiando o el precio de una cosa hace varios cambios de moneda.
Quién puede entender los vericuetos de la mente en que la memoria se enreda, se detiene o se diluye. Pensaba en todo esto hoy, tratando de encontrarle una explicación a los límites y los obstáculos con que choca todo el tiempo la construcción de una memoria colectiva, esa de la que tanto se habla y tan poco se sabe. Mi memoria se sienta en mis convicciones y le viene bien el descanso, es un lugar apacible donde tomarse cinco minutos y un té con su amiga la conciencia tranquila.
Mi memoria está conminada a no olvidar ciertas cosas. Yo la conmino, le ordeno, la amenazo. La obligo en primer término, a permanecer, manteniéndose indemne a las enfermedades modernas que borran la caja negra dejándonos vacíos. Le recuerdo que me recuerde mi miedo al ridículo y a la estupidez, mi hartazgo del dolor, mi capacidad de comprender y amar, mi negación rotunda a la intolerancia y el irrespeto. En un ejercicio desmesurado hasta la obligo a objetivizarse, palmeándola cuando se sonroja al recordarme lo tonta que fui aquella vez cuando callé. Y como soy solidaria, al límite de sus fuerzas le ruego encima que resguarde mi conciencia civil, mi responsabilidad social, mi compromiso. En fin, de mi memoria espero que sea lo bastante honesta con ella, conmigo y con todos, que siga siendo una chica buena y dócil, que no me olvide nunca.

Mi vieja Olivetti


Foto de mi vieja Olivetti, tomada por Rita Haile.
Año incierto, era de la locura.

sábado, 15 de mayo de 2010

ALEJANDRA PIZARNIK

"Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa."

viernes, 14 de mayo de 2010

"El otro lado" en REVISTA SUDESTADA





http://www.revistasudestada.com.ar/web06/especiales.php3?id_rubrique=56&id_rubrique2=121&id_rubrique3=118

http://www.revistasudestada.com.ar/web06/article.php3?id_article=686

EL OTRO LADO


A Fabián Polosecki (periodista)


Visitante bohemio remendado con cuero,
la sombra en la pared
recorta el vaso de su alcohol de sueños.
Aferrado a ese fierro
en penumbras de subsuelo
se va por los andenes,
y les pregunta a los guardias por la muerte.
Escribe historias, las camina
con ojos de historietas
que escupen blanco y negro en las paredes.
“Imagina el final”,
reza el último cuadro.
Final de hilachas frías
que arrastra el San Martín por los bellos durmientes.
Y lo extrañan las villas y los circos,
los motoqueros, los montoneros
y los fantasmas del Abasto.
Las monjas, los farsantes,
los dandys decadentes,
las vías, los mataderos
y hasta los cementerios lo buscan
abandonados, solos
rugen por otra historia y desde el otro
vacío y oscuro lado de la mesa
le sacan la tijera que le cortó en jirones
el fierro, las palabras,
el humo y la tristeza.